Siempre, días después de que llegue un nuevo año, me da esa necesidad de repasar, de digerir qué ha cambiado y qué no. No suelo ponerme metas, porque mi endeble iniciativa no me lo permite, pero es inevitable analizar los resultados y a mi me toca cada 20 de enero. Lo complicado de esta vez es el número redondo, con su fantástica sensación de cierre, de conclusión. Entramos en la mejor edad, o eso dicen.
Tengo varias imágenes de mi misma que supongo recogen, más o menos, las etapas más marcadas de una treintena sin grandes aspavientos. Son cosas, personas o simples objetos que me rescatan recuerdos, aporreándome la patata para que intente no olvidar lo importante.
Hay una cinta de casette en la que con dos años, intento seguir a mi padre cantando aquellas cosas que luego, al escucharlas con la edad, me han explicado mi identidad, y cómo me enseñaron a querer lo que soy. Son todas esas pequeñas partes de mis circunstancias que se han ido uniendo, alimentando un carácter, marcando bien aquello en lo que creo y en lo que no. Y claro está, ese sentimiento de pertenencia que se desata en cuanto veo una palmera.
El tiempo. Ése que me ha hecho comprender, aunque de vez en cuando, aún después de tantos años, sufro pequeños terremotos internos al encontrarme a alguien que me mira con emoción y me dice: cuánto te pareces.
Cien metros. Tres minutos de trayecto que con las aventuras se han transformado en el Atlántico. Y aún así, con océano de por medio, la conexión es instantánea.
Un calendario parado en noviembre de 2010 que sólo indica principio. Y ahí sigue, sin intención de ser descolgado de la pared, sólo con la misión de ver pasar los años, acumulando fechas y felicidad, y muchos de esos paseos cogida del brazo que tanto me cuentan sin tener que decir nada.
No puedo quejarme. Y eso es algo que me cuesta bastante.
Por los que se fueron. Por los que llegaron poco a poco y ahora son imprescindibles. Me adelanto a los que vendrán. Por los que están, los que continúan dándome todo lo que son. Y sobre todo por quien sigue cada día bebiendo y comiéndose la vida conmigo.
Hoy brindo. Brindo por cada una de las personas que han hecho y que hacen que mis 30 años valga la pena contarlos, disfrutarlos y vivirlos.
Ahora, continuemos, que aún queda mucho por venir, y lo que llega es emocionante.