Llevo muchos años queriendo expresar algo y sé que esta vez no va a ser la definitiva.
Tengo una cinta de cassette, en la que se me escucha con dos años de edad cantar con mi padre cançonetes d’Elx. Chascarrillos populares que si eres de pueblo (o de poble) como yo, aprendes casi al mismo tiempo que a hablar.
Años más adelante, recuerdo cómo por las mañanas mi madre se encargaba de poner la radio puntualmente para que nos sacara de la cama entre semana, y los discos que había por casa los fines de semana (Vivaldi cuando estaba especialmente contenta).
Con la edad del pavo y la energía groupie en pleno esplendor fan, llené cajas de cintas grabadas de la radio, que en aquellos años era mi fuente de información, mañana, tarde, y noche.
Con 17/18 elegir las pistas para hacer cd’s, eran el mejor regalo del mundo.
Y con internet y el streaming, se desbordaron las ganas de saber, de conocer.
No dedico mi día a día a la música. Pero es parte de mi rutina. Es una gran parte de mi vida.
He tenido noches en vela en las que el consuelo siempre ha venido en forma de canción con el volumen muy bajo para no despertar a nadie. He conseguido recuperar canciones odiadas y reinsertarlas con recuerdos nuevos, casi siempre mejores. Y eso no se consigue con todo.
Porque pasar horas escuchando música es lo más lejano a perder el tiempo. Educar el oído, investigar, conocer algo más de lo que te ofrece el top40 es no querer conformarse.
La curiosidad.
Conocer la música es ir mucho más allá y apreciar el minuto en que los acordes que forman una melodía, se unen a la letra y forman esa última canción que se te pega en la cabeza hasta que la aborreces.
Y en los conciertos, en un buen concierto, todo eso confluye de tal forma que se te eriza la piel y saltas, cantas y bailas porque tu cerebro y tus emociones van a mil revoluciones por hora, asociando recuerdos, personas, risas, llantos… Revives una y otra vez todo lo que alguna vez te hicieron sentir esas canciones, y explotas. Explotas de felicidad pura traducida en una canción.
Eso no es perder el tiempo.
Escribo esto después de pasar un fin de semana entero de música en directo, incluyendo nuevos descubrimientos y viejos conocidos que han vuelto a recordarme por qué me gusta tanto. Y sobre todo porque desde hace aproximadamente dos años y medio estoy tachando de mi lista muchas cosas que tenía pendientes. Y si pudiera, daría las gracias cada día.
Me siento afortunada, y lo siento por todo aquel que no ha vivido eso al menos UNA vez en la vida. Esa sensación es casi tan genial como otras muchas cosas buenas de esto que es el vivir. Y hay muchas.